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Introducción a las Peregrinaciones

Ser cristiano es ser, por encima de todo, un peregrino, porque la Iglesia en sí misma, es un conjunto de peregrinos.

Peregrinación nos habla de nuestra realidad transitoria en este mundo; no estamos aquí para quedarnos, sino para alcanzar la casa de nuestro Padre en el cielo.

Una peregrinación no tiene por qué ser aburrida o triste, sino que está llamada a llenarse de la fe, el amor y la esperanza del propio Jesús, el peregrino por excelencia mientras vuelve a su Padre, acompañándonos, a través de la Encarnación, a lo largo del camino de nuestra humanidad, y enseñándonos así el camino hacia el Padre.

Por ello, cuando comenzamos una peregrinación, lo hacemos escuchando al corazón que está sediento de más de lo que podamos explicar o alcanzar en este mundo, y busca descansar en el único lugar donde puede encontrar descanso: en Dios.

A través de nuestras peregrinaciones queremos responder al grito de “¡Tengo sed!” del Sagrado Corazón de Jesús. Sí, tiene sed de que abramos las puertas de nuestros corazones y empecemos a buscarle a Él, porque “el que busca, encuentra”.

La peregrinación representa el principio de un viaje hacia algo que da mayor sentido a las grandes preguntas de nuestras vidas. ¿Por qué estamos aquí? ¿Cuál es nuestro lugar y nuestro rol en el universo? ¿Cuál es el significado de nuestros esfuerzos individuales y comunitarios? ¿Cuál es el destino de la humanidad y de la realidad?

Creemos que todas estas preguntas encuentran una profunda respuesta en nuestro Señor Jesucristo, y a través de Su Amor, descubrimos una verdadera pertenencia a nuestro Padre Celestial. Este Amor nos lleva a gritar “¡Abba Padre!” y nos arraiga en la preciosa familia de la Iglesia. Ahí encontramos hijos e hijas de este Padre Celestial, que no están satisfechos con las cosas que este mundo propone, y que empiezan un bonito camino hacia el hogar al que su corazón reconoce que pertenece.

Este es el motivo por el que nos reconocemos peregrinos. Organizamos peregrinaciones como una expresión del encuentro de la sed de nuestros corazones con la sed del Corazón de Jesús que se da a Sí Mismo en beneficio de los que Le buscan. Descubrimos que nuestra vida es una corta peregrinación al cielo, y nos damos cuenta de que no podemos llevarnos muchas cosas a casa de nuestro Padre; sólo tres preciosos regalos: Fe, Esperanza y Amor.

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